La única cara bonita de la Minurso
DANIEL BURGUI
Minurso es una joven saharaui preciosa. Una belleza que se envuelve, con estudiada coquetería, en una melfa color salmón de bonitos estampados. La piel de su rostro refleja una juventud que no parece haber estado desgastada por el siroco, las tormentas de arena y la inclemencia del sol en los campos de refugiados del sur de Argelia, donde vive y nació hace 19 años. En toda esta armonía es su nombre, Minurso, lo que me desconcierta.
No es árabe ni hassanía, el nombre de esta chica es castellano puro y duro. Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (Minurso). Me cuenta que nació en septiembre de 1991, cuando el primer contingente de los cascos azules de la ONU apareció por los campos de refugiados. Sus padres pensaron que aquello había que celebrarlo: se había firmado el alto el fuego con Marruecos y esta misión iba a vigilar la paz y llevar a cabo el referéndum. Así que decidieron bautizar a su hija con el nombre de la misión.
Hoy Minurso no es un nombre del que estar orgullosa. De lo que está pasando estos días en el Sahara Occidental, a espaldas de los medios de comunicación, es culpable el Estado marroquí, su maquinaria de censura feroz y la evidente e impudorosa falta de derechos humanos. De acuerdo. Pero que Marruecos es un Estado de dudosa calidad democrática y de derechos no es novedad. Lo vergonzoso, flagrante y bochornoso es que Naciones Unidas sea cómplice y colaboradora de semejante barbarie. No es una metáfora. Marruecos lo ha llevado a cabo con el beneplácito de excepción que le da la ONU.
El desmantelamiento de una protesta pacífica por una fuerza militar desmedida es una violación de libro de unos cuantos artículos de la declaración de los DDHH. Las Naciones Unidas se han quejado de que no tenían información suficiente. Ambas situaciones han ocurrido porque la ONU y los Estados de su Consejo de Seguridad así lo han querido.
La Minurso es la única misión de las Naciones Unidas en todo el mundo que no tiene obligación de vigilar el cumplimiento de los derechos humanos. Es la excepción mundial. Ya sea la Unamid (para Darfur), la Unmik (para Kosovo) o alguna de las otras 18 misiones que han existido, todas salvo la del Sahara tienen y tenían obligación hacer cumplir los derechos humanos. De haber tenido esta obligación, el destacamento de cascos azules en El Aaiún, en vez de haber estado jugando al mus en el cuartelillo, debería haber intervenido y haber puesto orden, como en cualquier otra zona en conflicto. ¿Qué hicieron? Ni siquiera tienen obligación de vigilar. La ONU no tenía ningún tipo de información de lo que ocurría, ni siquiera hay observadores.
En 2010 se renovó el mandato de la Minurso un año más. México, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad, propuso algo que los saharauis llevan reclamando hace tiempo: que esta misión de una vez por todas asumiese la responsabilidad de velar por los derechos humanos. Francia vetó la propuesta. Pero no estuvo sola. EEUU, España, Reino Unido y Rusia también se negaron a incluir la petición. Sí, España no sólo se desentiende del Sahara, sino también participa en su contra. El embajador de Marruecos ante la ONU, Mohammad Loulichki, expresó su satisfacción con la resolución. Normal, es como para saltar de alegría. Es simple y llanamente decirle a Marruecos: haz lo que quieras, vamos a mirar hacia otro lado. Entonces, ¿qué demonios hace la Minurso?
No sólo es la Minurso. También Chistopher Ross, el enviado especial de las Naciones Unidas para el Sahara Occidental. En su visita al Sahara en 2009, la reunión con los notables saharauis y jefes de wilayas apenas duró 40 minutos. Antes, un millar de saharauis (sobre todo, mujeres y niños) estuvieron cerca de tres horas esperando bajo el sol a que apareciese el diplomático. Al séquito de militares y fuerzas de seguridad que acompaña al convoy de jeeps blindados con el logo de las Naciones Unidas le seguía al rebufo una manada de moscardones con cámaras de fotos y de vídeo. Los saharauis se lanzaron a seguir a la carrera al convoy. Cuando Ross se bajó, la marea de gente lo rodeó y trató de tocarlo, besarlo, abrazarlo. Era un encuentro mesiánico. Era su primera visita al Sahara tras el fracaso del anterior enviado especial James Baker. Le agasajaron con regalos y palabras. "Éste, sí, parece que lo va a solucionar", "tiene más voluntad", "Ross hará el referéndum", decían los saharauis.
Ross es la caricatura del diplomático del siglo pasado. A 40 grados tapaba su rechoncha figura con chaqueta, jersey y corbata. Compostura inalterable. No abrió la boca en toda la reunión, se limitó a escuchar durante 40 minutos. Sonrió a todo el mundo, se metió en el jeep y desapareció con todo su séquito, dejando a los saharauis solos, como siempre. Una representación perfecta. Jugó con los sentimientos de esa gente.
El Estado español hace unos malabares de palabras con Marruecos que son espectaculares. Estos mismos días ha sido la ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, con su homólogo marroquí. En 2008 España vendió a Marruecos vehículos militares, carros de combate, aeronaves y cartuchos por valor de 118 millones de euros. Marruecos es el tercer mejor cliente de la industria armamentística made in Spain. Podríamos hablar del muro que construyó Marruecos o de las minas antipersona, pero es España la que le vendió el Seat con cañones. La Policía y el Ejército marroquíes perpetraron el asalto al campamento de El Aaiún con jeeps, camiones con pistolas de agua, carros militares y otros artilugios. Y hay muertos.
La diplomacia no es el diálogo entre Estados para resolver conflictos; es un mercadillo de lujo en el que subastar intereses al mejor precio. Y está claro que el Sahara Occidental, la segunda nación menos densamente poblada del planeta y con suelo relleno de fosfatos, tiene todas las papeletas para llevarse la peor oferta en este bazar.
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