Resignación, cansancio, lucha, diáspora en Tindouf
NACHO PARA
Tuvo que terminar la semifinal de la Champions League para dar por inaugurado, por fin, el FiSahara 2011. Actores, realizadores, cámaras, técnicos y público, congregados ante pequeños televisores con señal entrecortada y en vilo por los continuos apagones eléctricos en el campamento de refugiados de Dajla, siguieron con pasión el último de los
cuatro clásicos futbolísticos.
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Las primeras proyecciones se retrasaron ante la magnitud del partido. Pero a partir de ahora y hasta el domingo, el único espectáculo será el cine. En cualquier caso, el efecto narcótico del fútbol trajo una felicidad momentánea, que, en realidad, es la única felicidad posible.
Carlos Bardem, más saharaui aún que su hermano Javier, reflexionaba sentado sobre una duna sobre su tercera visita a los campamentos: “Sí, definitivamente es una mala noticia que se siga celebrando este festival. Pero tengo la teoría que la solución a esta injusticia histórica no vendrá de la ONU, ni de Francia, ni de Estados Unidos, mucho menos de España. La solución, intuyo, vendrá desde Marruecos. Cuando el pueblo marroquí derroque a su rey dictador, Mohamed VI, el pueblo saharaui encontrará la vía de la libertad, y esperemos que eso tarde lo menos
posible”.
Javier Bardem no ha venido este año el festival. Como contrapartida, ha comprado una ambulancia completamente equipada para Dajla, la primera con la que contará el campamento. Pero no hay que quitarle méritos al FiSahara, una muestra única en su género. Territorio liberado, documental dirigido por Yago Montserrat Berenguel, primera cinta en proyectarse en la Pantalla del Desierto, puso desde el principio en dedo en la yaga.
Además de la excelente programación -ninguna película insustancial- el FiSahara sigue actuando como el gran altavoz de la causa. La crisis ha privado la presencia de muchos medios de comunicación habituales en el festival, pero este año ha venido por primera vez la cadena catarí Al Jazeera y la británica BBC, además de televisiones brasileñas, finlandesas y venezolanas. Mientras haya cámaras, habrá esperanza.
El director Gerardo Olivares (14 kilómetros), gran conocedor del Magreb y el África subsahariana, vive su segunda incursión en territorio saharaui. La presentación en el festival de su película Entrelobos le ha servido de aliciente para seguir conociendo la realidad de los campos de refugiados. “La sensación que tengo es que hay cierto estancamiento político, que las estructuras del Polisario necesitan cambios, dar paso a las nuevas generaciones, renovarse y refrescarse. Si no es así, empezará a dar la sensación de que, por encima del discurso oficial, cierta gente parece
resignada a quedarse, porque ya viven suficientemente bien, con ayuda internacional, con móvil, con carretera, con ambulancia, con Internet, con tiendas, con una pizzería que en 2009 montó una mujer y en la que ahora ya trabajan 12 chicas… Tienen también un festival de cine, proyectos de diversas ONG. Incluso han abierto un hotel en Rabouni, con baño en las habitaciones y aire acondicionado. Lo nunca visto. No conozco otro pueblo en Níger, Malí, Mauritania, Eritrea o Chad que tenga nada de eso. No quiero creer que se estén conformando, pero hace falta actuar, rebelarse contra el estatus quo, que esa rebelión se haga, no solo se diga”.
Como el año pasado, un grupo de activistas venido de los territorios ocupados fue recibido en loor de multitudes por los asistentes al festival. Quizá, como dice un joven, Omar Ahmed, la última reflexión sea: “No solo ovacionemos a los que actúan; actuemos nosotros”. Hay ya mucha gente que lo piensa. Gente que no comprende la estrategia tibia del
Polisario. También hay dentro del Polisario mandos que empiezan a entender la situación. Si todo sigue igual, solo queda el camino de la diáspora. Una más. Más sufrimiento, más lejanía de la tierra arrebatada, quizá una despedida definitiva de las ansias de autodeterminación.
Pronto comenzarán las mesas redondas y será un buen momento de tomar el pulso real a las distintas sensibilidades que a día de hoy cohabitan en el desierto. Nadie quiere la división, pero sí el debate.
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